Estoy preocupado por mi amigo Don Tenorio. Hace unos días le ví mientras paseaba pensativo. Iba mirando para todos los lados hasta que nos cruzamos la vista y me reconoció.
—¿Qué tal te va la vida?— Pregunté.
... Y empezó a divagar...
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En ocasiones me siento como un cerdo cuando encuentra una trufa sin que se entere «el amo». Hoy, a propósito de uno de mis despropósitos, alguien me dijo amargamente: «a mí me gusta hablar las cosas».
En cuanto di oídos a esa frase fetiche, pensé que me había tocado el premio de un «Rasca y gana», pues me encanta «hablar las cosas». Ello se convierte en un foro absurdo que me da la oportunidad de testear sin comedimiento mentiras de las gordas con escuchantes encorajinados, antes de darles uso [a tales trolas] en la vida cotidiana. Normalmente, cuando alguien quiere «hablar las cosas» conmigo, en realidad desea imponerme su cosmovisión [lo que suele ser un coñazo] para finalmente decirme no un adiós, sino un «hasta nunca».
Muchísimas «amistades superficiales», así como posibles romances pasajeros se han malogrado por mi soberbia y todavía hoy «me la pela».
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—Pues si te la pela a ti, imagínate a los demás, querido Don. Sé feliz y no pienses en «terceros».
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